Justificación de la violencia

A estas alturas de la vida ya hemos comprobado muchas veces lo importante que es la violencia a la hora de defender tus ideales y evitar que el mecanismo de la apisonadora de la mayoría convencida triture tu libertad. Lo podemos ver en los ejemplos del día a día. En cualquier lugar en el que te muevas siempre habrá personas que vayan escalando fácilmente gracias a su saber hacer y a características personales que lo hacen ser un triunfador.

Yo he visto gente que consigue cosas que a otros les están vetadas. Antiguamente esto era normalmente un espacio reservado solo para aquellos que pertenecían a castas de élite privilegiadas. Si vemos la historia clásica y viajamos a la Roma Republicana, vemos como los patricios conseguían cosas únicamente por pertenecer a determinada familia. Sí, es cierto que plebeyos con esfuerzo y dedicación podían llegar a ser protectores de Roma, como pasó con Pompeyo, pero al final quedaba una máxima: el que tiene un “don” para el trato con los demás, se lleva el gato al agua.

Este modelo de forma de ascenso social es arquetípico en el hombre. Así, no es de extrañar ver como la persona indicada en el lugar correcto consigue cosas que el resto de la gente no. Por ejemplo, tú eres el último mono de tu empresa y llegas a un Notario para que te firme unos papeles y puedes estar esperando varias horas a que te atiendan, eso sí, llega tu jefe y lo que iba a tardar dos días después de esperar media hora a que te atendieran se convierte en ahora sale Don Notario y lo tienes todo en cinco minutos.

Foto: Gaceta.es


A mi esto me ha pasado, yo he llegado a colas en bancos y fiestas patronales y he pasado delante de mucha gente por ser quien soy. Lo curioso es que cuando esto te pasa a menudo, por no decir siempre, puedes llegar a creerte la reina de los mares y actuar con una seguridad propia de la soberbia. Pero es que además he comprobado que la soberbia y la autoconfianza repercuten positivamente en los favores que los demás te dedican. En el anecdotario popular tenemos las figuras de los pícaros que se “cuelan” en sitios vetados para ellos con el solo hecho de aparentar que haces eso todos los días. En el cine está muy representado el hombre que es “cazado” por mostrar inseguridad y el que “triunfa” por aparentar normalidad.

El otro día iba por la carretera y me fijé que hay gente con una mentalidad de lo normal es que pase yo. Gente que pasa de las normas de tráfico, que circula por el arcén, se salta los semáforos, se pega al de delante de manera insegura y, además, se aprovecha del celo preventivo de la mayoría de la gente para sacar partido de su peligrosa actitud.

Todas estas actitudes de prepotencia y chulería son las que te hacen justificar la violencia. Y lo hemos visto muchas veces. El típico “listo” que se cuela en una fila de espera, el que atienden primero porque es amigo del funcionario, el que asciende en el trabajo porque es un pelota, etc. La violencia es la única respuesta para estabilizar estos desequilibrios sociales. Y es que estamos rodeados de corruptos, facinerosos, indeseables… hijos de puta en definitiva.

Será envidia, puede, yo prefiero llamarlo asco.

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