Soñé que me la clavabas

Soñó un día un hachefecista, antes de saber que lo era, que un día llegaría el día en que a él él lo viera. Soñó el hachefecista que era como Alberto Herreros, que volaba que tiraba, que otro tiple encestaba. La canasta estaba lejos, pero nada para Herreros y que mejor homenaje, para el mito, para el hombre, que hacerle un sitio compañeros, un sitio donde todos alabemos aquel niño que era Herreros.

Ese hachefecista, antes de saber que lo era, nos hablaba de sus sueños, de su historia, de cuando llegó a conocerlo. Le dio la mano, le saludó, le dijo hola y adiós. Pero no pudo abrirle su corazón que no cabía en sí de gozo. Ese niño hachefecista necesitaba de un ídolo a quien amar, y por aquel entonces surgió Herreros. Símbolo de una época de algo que imitar.


Foto: Gigantes


Y ese niño se hizo hombre, y hachefecista, y nos contó su vida, su relación con Herreros y lo que es más importante, lo que para él era el baloncesto. Y lo difundió y lo publicó, y al tercer correo lo felicitó. Y vio que aquello era bueno, que era de todos y para todos y que todos le amábamos. A todos nos marcó la figura de Herreros. Cómo hubiera sido nuestra adolescencia sin nuestros ídolos, sin nuestros ejemplos y metas. Él las tuvo, aquel hachefecista que, sin saberlo, lo era.

Y llegó el día. Todo tiene un final, todo acaba. Como dijo aquel joven zaragozano enfundado en su camiseta roja del CAI, Parasiempre es mucho tiempo y nada dura tanto. Herreros se acabó. Pudo irse como otros, de manera insulsa y mediocre, pero nuestro hachefecista no se lo merecía, se merecía algo más grande. Alguien que tuvo un ídolo mereció que él cumpliera. Y se la clavó. Un triple en el último segundo que daba una liga. El trofeo, el famoso trofeo por el que Herreros, el ídolo de nuestro hachefecista, que siempre lo fue aún sin saberlo, se enemistó con su gente y con su pueblo.

Roma no paga traidores, así que si Herreros fue recompensado, no fue por él, sino por los suyos, los que le siguieron, los que le odiaron y, sobre todo, por los que le amaron, como aquel hachefecista que siempre lo fue sin saberlo.

Comentarios