Tocamientos

Nos tocamos poco. Entre nosotros, no a nosotros mismos, que el onanismo sigue gozando de gran prédica entre el pueblo soberano. Salvando las distancias con el pudor anglosajón ante ciertas muestras de afecto o con el tabú que supone el contacto físico casual en muchas culturas orientales como la japonesa, en las que un roce se considera una especie de invasión territorial, lo cierto es que cada vez somos menos comunicativos, manualmente hablando.

La globalización cultural es lo que tiene, y de la misma manera que poco a poco vamos ajustando nuestros horarios laborales y comerciales a Europa (dentro de cuatro días comeremos a las 12.30, ya veréis), nos extrañamos y sentimos un cierto mosqueo cuando, por ejemplo, alguien nos pregunta algo en el autobús colocando su mano sobre nuestra pierna.

Me ha pasado a mí, y eso que soy de natural generoso con todo tipo de contacto físico… El problema de toda esta cuestión es que la timidez -cuando no la aversión- ante determinadas muestras de afecto o sociabilidad están 'contaminando' nuestras relaciones sexuales.

Vale, vivimos con prisas, con el reloj pegado al culo y no siempre tenemos la paciencia o la disponibilidad para convertir nuestro dormitorio en una recreación de 'Las mil y una noches'.
Siempre he sido un gran defensor del polvo de ascensor y de ciertos 'aquí te pillo, aquí te mato', auténticos subidones de adrenalina y lujuria que comportan saltarse a la brava un gran número de apartados del decálogo del perfecto y correcto amante. Las cosas como son.

Sin embargo, cada vez está más claro que estamos olvidando las infinitas posibilidades placenteras que nos brinda nuestra epidermis. De hecho, hay quien considera la piel como el segundo órgano sexual más grande de nuestro cuerpo, después del cerebro.

Imagen: Ya
Desde luego, pocas pelis X se harían con estos mimbres, pero si tenemos en cuenta que en cada pulgada de nuestra epidermis hay entre 14 y 18 mil receptores nerviosos, es de cajón la importancia que tiene la piel en nuestras relaciones sexuales.

Desde el tantrismo y otras milenarias disciplinas orientales que están viviendo una segunda juventud, como se suele decir, se aboga por una re-sensualización de nuestro cuerpo. Y no les falta razón, porque cada vez tendemos más a reducir nuestra sexualidad al simple coito (y, por supuesto, vaginal).

El esquema siempre suele ser el mismo: tres minutos de magreo y besos húmedos, un ratito de felación, posterior cunnilingus (opcional, muchos se escaquean o no cumplen sus promesas, como un politicastro cualquiera) y un poco de gimnasia pélvica, léase el tradicional 'mete-saca' (en esta fase los tiempos varían en función de la resistencia física ante ciertos ejercicios anaeróbicos).

Vale, se trata de una reducción exagerada, pero no me negaréis que a todos nos suena la canción… En todo caso, hay que recordar que una buena manera de relajarse y disfrutar de nuestras relaciones sexuales, además de perder miedos y manías, pasa ineluctablemente por aprender a disfrutar de nuestra piel. La nuestra y la ajena. Un buen masaje con un aceite lubricante, por muy poca destreza que se tenga, con las manos calientes, con una luz tenue (nada de iluminación tipo quirófano) es una manera muy efectiva de abrir todo tipo de puertas, no sólo físicas.

Aunque no podamos todos los días poner en práctica ciertos 'circos', conviene no enterrarlos en el olvido.

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