Feminismo

En este blog parecería absurdo de hablar de feminismo debido al poco conocimiento que tenemos en general del mundo de la mujer. Es cierto que hay hachefecistas que tienen más trato directo con esta parte de la sociedad, pero si somos sinceros, es un tema del que poco podemos decir, en particular yo.

Podríamos debatir sobre semántica y de la oportunidad o no de la existencia de un término como el feminismo, de su pretendido antagonista en el machismo y de sí se podrían emplear palabras más adecuadas para reivindicar unas ideas u otras. Pero, hoy en día, me parece que eso ya está superado. A día de hoy, nadie puede entender el feminismo como una ideología que pretende poner a las mujeres por encima de los hombres, sino como una ideología que pretende equiparar en derechos, obligaciones y libertades a todas las personas. Repito, quizá el término más adecuado sería humanismo, pero lo cierto es que es el feminismo el que históricamente ha luchado más por esta reivindicación y, por lo tanto, ha capitalizado su uso para este sentido. La lucha feminista no es una lucha por y para las mujeres, es por y para la humanidad.

Es cierto que una sociedad que equipare en derechos, obligaciones y libertades a todas las personas plantea retos y dificultades para todas las personas y muchas no están dispuestas a asumir estos cambios. A lo largo de la historia de la humanidad, se han planteado cambios de este estilo continuamente y siempre han tenido confrontaciones sociales graves que han llevado a calamitosos conflictos violentos. Está en nuestra mano el resolver esta situación sin llegar a ese tipo de escenarios.

Imagen: La mente es maravillosa

Lo primero es tratar la justicia real sobre estas reivindicaciones. ¿Es justo que los individuos tengan un rol fijado por su condición sexual? Desde un punto de vista de la libertad individual y la plena emancipación parece que no. Igual que hemos superado el reto de la esclavitud, en la que una persona no era libre salvo que comprase su libertad a su amo, quizá es injusto que un individuo tenga que asumir un rol determinado en la sociedad por cuestión de género; en este sentido ni una mujer debería estar relegada a papeles de cuidadora familiar y custodia del hogar, ni el varón a tareas productivas extradomésticas. La lógica apuntaría a que el propio individuo debería poder elegir qué tareas debe realizar en su ámbito social de actuación. No todo el mundo obtiene lo que quiere, pero que sea por tus méritos o capacidades y no por tu género, tu raza, etc.

Es cierto que hay hombres que no quieren abandonar su rol tradicional asignado y, por supuesto, mujeres que tampoco quieren hacerlo, que se sienten a gusto en tareas domésticas sin remunerar. Aunque estas actitudes no sean entendidas por muchas personas, también entran dentro del ámbito de la libertad individual y, sin coacción, deberían ser respetadas. Siempre podremos abrir el debate de dónde está la decisión libre en una sociedad patriarcal que condiciona tus decisiones a la cultura dominante y a un proceso educativo que condena la disensión y premia la sumisión, pero eso es otro cantar y complicar aún más el tema.

Pero, ¿qué ocurre cuando se enfrentan los que sí quieren abandonar su rol con los que no quieren hacerlo? Y este es el verdadero debate de la lucha feminista y sobre la igualdad. Parece que hay una norma no escrita - o, a veces, sí escrita en leyes - que dicta que ante la duda se tiene que mantener el rol tradicional. Y lo vemos en nuestro día a día, en el entorno laboral, en el entorno doméstico y, en definitiva, en la sociedad en su conjunto: el hombre que quiere abandonar su rol de género tiene mucha más facilidad para hacerlo que la mujer. Y esto es una realidad.

Desde mi punto de vista, creo que el objetivo de la lucha feminista está mal orientado, porque trata de concienciar en que existe una presión de los hombres para evitar la emancipación plena de la mujer. Y yo creo que la presión no es de los varones en exclusiva, es de una parte de la sociedad compuesta por hombres y mujeres. Son muchas las mujeres las que no quieren abandonar su rol de género y, desde mi punto de vista, su actitud creo que es más relevante para desactivar el movimiento feminista.

El cambiar la estructura de roles de géneros conlleva una crisis social con tremendos costes que en muchos casos son difíciles de asumir. Son hechos reales, puede que injustos, pero reales y que no hay que dejar de mencionar porque si no corremos el riesgo de banalizar el problema y sus posibles soluciones. Es evidente que una sociedad con roles definidos plantea soluciones a muchos problemas de las familias, el principal el cuidado de los elementos familiares más desprotegidos: niños, ancianos, enfermos y personas con diversidad funcional. Todas estas personas que necesitan cuidados especiales, a veces continuos y prolongados, han sido atendidas por las mujeres del hogar. Desde un punto de vista económico, esto tenía unos efectos claros, el disminuir la población activa de la sociedad y sacar de la estructura económica una gran parte de producción que era asumida por mujeres que trabajaban sin salario a cambio del bienestar de su familia. El destruir este rol de género, asignado a las mujeres implica abandonar, en principio, a todas estas personas: y esto ocurre.

Podéis consultar en vuestro entorno, seguro que encuentras algún enfermo crónico, alguna persona mayor, familias con hijos pequeños, etc. Todas tendrán una dificultad común: cómo conciliar el cuidado de estas personas con un mercado laboral competitivo que exige una dedicación casi exclusiva a la empresa. Es decir, tienes que elegir entre las familias y las empresas. Además, las empresas también tienen que competir y pueden considerar injusto asumir costes sociales que antes no asumían, más cuando están bien definidos los que generan esos costes y están fuera del ámbito empresarial. Muchos analistas creen que este hecho es el que hace que las familias se configuren a edades cada vez más tardías y son cada vez de un tamaño más reducido y con una estructura intergeneracional que rara vez abarcan más de dos generaciones. Es común encontrar familias de dos personas sin ninguna relación con generaciones anteriores y posteriores.

Por otra parte, tenemos que el elevar la población activa con la incorporación al mercado de trabajo de todas esas mujeres que antes asumían, voluntariamente o no, su rol de género, dificulta la absorción de todas las trabajadoras por el tejido productivo. Incluso cuando las mujeres consiguen el empleo, son presionadas para renunciar a sus roles de género, algo que no siempre pueden por presiones de su entorno familiar, roles que desde un punto de vista generalizado se cree que un hombre va a rechazar. Es decir, tanto hombres como mujeres van a tener grandes presiones para asumir sus roles tradicionales de género y se verá mal que un hombre abandone sus roles en la empresa por dedicarse a tareas domésticas, pero aún peor que una mujer no lo haga.

Vuelvo a decir que esto es una descripción de los hechos, no un juicio de valor. Tenemos un mercado de trabajo con más trabajadores, que empuja los salarios a la baja, que es difícil de asumir por el tejido productivo y con una gran dificultad para conciliar la vida familiar y laboral. Además con un problema de qué hacer con las personas que necesitan cuidados especiales y quién debe asumir ese coste con salarios bajos y sin personas que se dediquen en exclusiva y, por lo tanto, de manera especializada a las tareas domésticas. Sin olvidar el difícil y conflictivo tema de la maternidad que, por razones pura y estrictamente biológicas, solo puede ser asumida por mujeres. ¿Se debe facilitar la excedencia de una mujer en su ámbito laboral en el periodo de maternidad con ayudas a las empresas que necesiten suplir su puesto de trabajo y con mantenimiento del salario de la mujer para que no pierda su poder adquisitivo y conceder durante los primeros meses de vida del bebé permisos remunerados a todos los progenitores para que se iguale la carga para la empresa el que un trabajador sea hombre o mujer?

Se nos plantea una cuestión con todo esto. ¿Debemos considerar que es imposible abandonar los roles de género salvo que en el ámbito doméstico se acuerde cambiarlos o compartirlos? Hasta ahora parece que esto era lo que ocurría.

El feminismo ha propuesto tradicionalmente que el Estado del Bienestar asuma todas estas tareas que antiguamente hacían las mujeres en el seno de las familias dentro de su rol de género, creando guarderías para atender a los niños más pequeños que necesitan más cuidados, que los horarios de los colegios se prolonguen y se adapten a las jornadas laborales de las empresas, que existan centros de atención especializada para enfermos crónicos y personas con diversidad funcional con recursos suficientes y residencias de ancianos que permitan a las familias llevar a sus personas mayores y que estén debidamente atendidos para no dificultar la creación, crecimiento y desarrollo de las familias más jóvenes.

Esto plantea un problema de deshumanización de la sociedad. ¿Queremos un mundo en el que las familias no atienden a los suyos y delegan estas atenciones a una serie de trabajadores sociales que asumen el antiguo rol de género? Obviamente, para eliminar el rol de género sí, pero quizá para estas personas no. Es posible que no haya solución fácil.

Además, en plena crisis del Estado del Bienestar, el cargar con más gastos a este ya caro sistema distributivo puede hacerlo plenamente inviable, teniendo que aumentar impuestos, que finalmente reducirán aún más los salarios o que obligarán a la gente a presionar a los gestores políticos que cambien la estructura de prioridades de gasto de los estados actuales, algo que da más fuerza a aquellos que quieren frenar la idea feminista, ya no solo alegando la confrontación ideológica sin más si no reforzando sus argumentos a través del coste económico.

Después de leer todo esto, se podría decir que se ha presentado un panorama con más problemas que soluciones. Desde mi punto de vista, y creo que cada vez más el feminismo se oyen más este tipo de planteamientos, el feminismo ya no es solo una reivindicación de igualdad entre hombres y mujeres, sino que plantea todo un cambio social revolucionario que debe afectar a todos los ámbitos y que implica al conjunto de la sociedad, con el problema de confrontación política que implica.

Yo creo sinceramente que el papel del estado debe cambiar. La estructura de estado nación debería estar superada en mi opinión y, por tanto, el estado debe estar mucho más en la cercanía, en pequeñas comunidades heterogéneas en estructura que puedan atender a todos los miembros que la conforman con la aportación de todos. Cuanto más pequeña es una comunidad, es mucho más fácil empatizar con los problemas del prójimo y tender la mano de ayuda. Es más fácil arrimar el hombro para atender a un vecino enfermo cuando conocemos sus dificultades y no cuando la Agencia Tributaria te exige un impuesto que transfiere a una Comunidad Autónoma que en parte destina a una fundación que externaliza parte de sus servicios a una empresa regentada por un empresario afín a un partido que ha financiado para facilitar la licitación de un concurso en el que tendrá que enchufar a una serie de amigos del concejal que después prestarán el servicio por estricto orden de interés político. Y si no te gusta eres antipatriota, y sacarán una bandera al balcón para identificar que el que no la saca, es "non grato".

El nacionalismo es, por lo tanto, el principal obstáculo para el feminismo ya que la creación de comunidades homogéneas basadas en argumentos como la bandera, la raza o la religión deshumanizan al diferente y crean estructuras de poder alejadas de los ciudadanos que difícilmente podrán atender sus necesidades. En este tipo de estados nación los recursos irán destinados a la defensa de la unidad nacional, la protección de las fronteras, la creación de grandes obras civiles para el desarrollo de grandes multinacionales y el otorgamiento de patentes y prebendas para que el gasto social se lo queden sectores industriales a través de beneficios corporativos obtenidos de la destrucción de la competencia empresarial. Cuanto más se aleja el gasto del ciudadano, menos lo puede controlar y menos parte de ese gasto irá destinado a necesidades sociales. La lucha contra el feminismo no se puede separar por lo tanto de la lucha por la defensa de los privilegios de las clases privilegiadas y la lucha en contra de la libertad en general, y los que tienen esos intereses lo saben y saben como agitar las banderas adecuadas, y nunca mejor dicho.

La corresponsabilidad de todos los miembros de la sociedad en las tareas domésticas es el factor clave, y para ello hay que pedirle al feminismo que centre su objetivo en convencer sobre todo a las mujeres. Hace unas décadas, la lucha feminista era una cosa de mujeres que le decían a varones que ellas estaban ahí y querían asumir roles diferentes; hoy creo que eso ha cambiado, y ya hay tantos hombres como mujeres que están en esa sintonía, con dificultades, conflictos y problemas, pero en el mismo camino al que no quieren renunciar. Pero los sectores que se enfrentan a esta lucha por la emancipación de toda la humanidad de sus roles de género no son solo hombres, también hay muchas mujeres y, en mi opinión, cuando el 100% de las mujeres digan que no están dispuestas a tener un rol determinado por su género, ese día se acabarán los roles de género, y el resto, tendrá que cambiar sí o sí.


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